martes, 20 de enero de 2009

Maneras de perder el tiempo (I)


Las grandes empresas tienen presupuestos, personas, cosas que hacer y procedimientos. Los presupuestos son para pagar a las personas para que hagan las cosas. Cada persona tiene que hacer unas cosas, que deciden los que mandan, que se supone que saben más. Éstos son, a su vez, personas que cobran por hacer cosas, en este caso pensar qué harán los demás. Fácil.

Luego están los procedimientos. Hay procedimientos para todo, desde abrir una lata de cerveza hasta qué hacer en caso de incendio, hay procedimientos para presentarse en sociedad y procedimientos para actuar ante un semáforo, para ligar, para sentarse en una mesa, para escribir un mail o para fabricar una mesa.

Luego están las grandes ideas empresariales que sirven, en su inmensa mayoría, para perder el tiempo. Tiempo que vale dinero, claro.


Comentaba el otro día como ahora, de pronto, tenemos que imputar (con una nueva herramienta, claro) todo lo que hacemos a lo largo del día. Finalmente, en lugar de en bloques de 10 minutos, es por medias horas. Increíble. Ahora tengo que perder la última media hora del día en entrar en una aplicación, con 3 contraseñas diferentes para imputar unas horas que me puedo inventar tranquilamente.

El esbirro del jefe, del que hablaremos algún día, lleva cerca de un mes perfeccionando esta aplicación; no sé mucho de ordenadores, pero es una herramienta en red hecha con acces. Es fea como ella sola, incómoda e inservible. Él nos envió un mail con el enlace para acceder… y luego se paseó, mesa por mesa, con la estupidez desenfadada de jefe (ustedes me entienden, esa actitud en la que el superior se sienta en la mesa jugando a relajar sus modales y acercarse al empleado, quizá en el libro de estilo del jefe capullo) comprobando que todos apreciábamos su trabajo.

Lo peor de todo es que se pretende que imputemos, ahora, todas las horas desde año nuevo. Con ello quieren controlar lo que se hace, supongo que con la idea de que aumente la productividad. Por lo pronto vamos a perder 3 horas en inventarnos las últimas 220 medias horas trabajadas… una vez hecho esto, perderemos media hora diaria. Perfecto. Teniendo en cuenta que a nosotros nos pagan por pensar, la decisión acerca de las horas dedicadas a cada tarea es tan exacta como un retrato hecho en la arena del desierto con un alfiler. Un desastre.

¿Nadie se da cuenta de esto? El asunto es que los jefes (con esto me refiero a los jefecillos, claro) no están ahí por ser más listos o más resolutivos que otros, están ahí por saber perfectamente cómo hacer una presentación que se explicará en una reunión de 3 horas destinada a hacer algo que nunca se hará. La mitad se dormirá, la otra mitad pasará del tema y al final, llamarán a un consultor para que haga lo que le salga de los cojones.

No quiero pensar las reuniones, comités y cadenas infinitas de mails que han sido necesarios para jodernos la vida de esta manera.

Mañana o pasado, cuando pueda, contaré lo del buzón del departamento. Otra genialidad del esbirro obediente. Otro procedimiento brillante.

1 comentarios:

emiliano dijo...

Creo que, más que procedimientos, se habla de protocolos, que ya son ganas de romper i coglioni