Hace unos meses tuve un accidente, y estuve de baja un mes.

Fue maravilloso.
Luego tuve que volver.

Al llegar no funcionaba la tarjeta de acceso. Como decíamos en el primer post, hay unos tornos de seguridad en la entrada, supongo que para salvaguardar las innumerables maravillas intramuros... en fin, aquello fueron casi 40 minutos de identificaciones e improperios por parte de los seguratas. Pensé que había sido un desliz del destino, que arriba me esperaba calentito mi sitio para darme cuenta de lo lamentable que puede ser la vida de la oficina.

Pues bien, cuando llegué a la octava, entre las caras de preocupación sintética de los lugareños, que preguntaban por qué estaba tan moreno, me fui dando cuenta de cosas. Para empezar me habían robado la silla. Sí, han oído bien. La silla. Una simple silla de oficina. Una mierda de silla giratoria. En este edificio de 4.000 empleados habrá, por lo menos, 4.000 sillas... y son todas iguales, rojas, de ruedas y moderadamente cómodas... aunque quizá sea la espalda la que se haya ido haciéndo cómoda para la silla, que al final es quien manda.
Bien, me habían robado la puta silla, que tenía perfectamente regulada para aguantar 12 horas sin más dolores de espalda de los habituales.
Las siguientes 14 laborables fueron, obviamente, destinadas a conseguir otra silla (a la que introduje en el círculo del robo) y regularla exactamente igual que la otra (trabajo fino y cualificado).
Por un momento sentí la pérdida de tiempo, luego decidí que mis jefes tenían que hacerse cargo de la situación, era algo muy serio.


Después, sin salir de mi asombro, me di cuenta de que el teclado y el ratón de mi ordenador no eran los mismos, lo noté en el tacto pringoso de los mismos. Al mismo tiempo empecé a formular una teoría acerca de la bajeza y abyección del oficinista.
El razonamiento fue similar: a mi alrededor multitud de ordenadores iguales, con teclados y ratones negros, no era comprensible. Además, puesto que mis compañeros estaban en sus sitios con horarios similares al mío, tuvieron que darse cuenta del robo, por lo que fue algo premeditado y perpetrado en alguna hora intempestiva. Ahogué las ganas de matar con unos kikos en compañía de de7a9, que en el fondo se estaba descojonando.
Alguien me los había cambiado, acojonante -pensaba mientras pensábamos en el siguiente atraco a la máquina (de lo que hablaremos más adelante).
Cualquier persona sana odiaría instantaneamente a toda la gente de mi planta, pero aquel día todos se volvieron especialmente grimosos. Gentuza.


Después, al encender mi portátil (lamentablemente trabajo con dos ordenadores) vi mi contraseña apuntada en un postit, la pantalla llena de dedos, las teclas bien sobadas por otros dedos distintos, pelos entre las teclas, iconos nuevos en el escritorio... en fin, en ese momento ya había desarrollado tolerancia y era mejor callar. Después de las convulsiones lo limpié. Fue una experiencia -creedme- absolutamente abominable.

Realmente estar de baja un mes es lo mejor que te puede pasar (significa un extra del 200% de tus vacaciones) sobre todo si es en abril y al volver no recuerdas cuál era exactamente tu trabajo, pero el golpe fue más duro de lo que pensaba. Golpe de realidad, exceso de autoridad, saqueos, intrusos, etc. Lamentable.

Por supuesto
, llevo desde entonces pensando en cómo romperme algo.

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